El grupo étnico de los pastunes, ubicados entre las fronteras de Pakistán y Afganistán, se han enfrentado a la discriminación y la marginalización durante décadas. Su población ha sido víctima de la violencia por parte de actores armados del Estado, la insurgencia talibán y la presencia de grupos extremistas violentos. Este es el testimonio sobre la travesía de Alí y su familia, quienes fueron acogidos en nuestro país por Diaconía España.
Andalucía, primavera, 2023. El sol comienza a hacer presencia en el litoral peninsular. Ali, se aproxima hacia mí, viste jeans y una camiseta. Su barba poblada no lo distingue de otros muchos jóvenes, podría asegurar que se trata de cualquier persona entrada en la treintena. Sin embargo, Alí (nombre ficticio para proteger su identidad) ha vivido de cerca la represión de un conflicto histórico hacia los pastunes; uno en el que se mezclan tanto aspectos políticos como económicos y religiosos.
«Todos los pastunes son afganos, pero todos los afganos no son pastunes», explica. Alí, sin embargo, tiene la nacionalidad pakistaní en su pasaporte.
La creación de Pakistán, como nación, es relativamente joven. Su fundación en 1947 lo hace ser uno de los países más jóvenes en el sur de Asia central, con una población de más de 240 millones de personas. Las grandes comunidades del pueblo pastún se ubican en el este y sur de Afganistán, así como en el oeste de Pakistán, lugar de donde proviene Alí. Las fronteras son muy recientes para él, hasta 2020 no se necesitaba una visa para entrar en Afganistán o para venir hacia Pakistán, todo era parte del territorio común de una de las sociedades tribales musulmanas más grandes del mundo, los pastunes, con una mayoría de sunitas dentro de su población.
En Pakistán, Alí, sentía pasión por diversas materias, estudiaba Física, Biología, Química y Matemáticas; hasta que una nueva ola del conflicto internacional no le permitió continuar. Los enfrentamientos causaron una nueva diáspora gigantesca, algunos consiguieron vivir mejor en otras regiones, pero muchos otros permanecen en infraviviendas o en campos de refugiados.
«Yo soy musulmán suní, pero mi religión no me permite matar otra gente, me aclara. La usual confusión de considerarlos terroristas, alineados con la influencia talibán, es uno de los principales motivos que los ubica entre los combates de las diferentes facciones que buscan controlar el territorio».
Para Alí, esta guerra, no se trata de un conflicto religioso, los chiitas −segunda rama principal del islam− tampoco pueden matar personas en nombre de la fe, por lo que considera que se trata de un conflicto con base en intereses políticos, comenta un poco resignado, porque sabe que el Corán y los símbolos musulmanes también han sido utilizados como bandera para imponerse sobre otros pueblos.
«Nosotros los pastunes hablamos pastún, pero los pakistaníes hablan urdú. Como etnia nos diferenciamos en varios aspectos culturales, en tradiciones y comportamientos, pero sabemos lo que es ayudar a los demás, somos solidarios con los necesitados, y en mi familia siempre hemos sido generosos con otras personas», declara.
Intento saber un poco más sobre su pasado, para comprender cómo pudo llegar con los ocho miembros de su familia hasta un rincón de la Europa continental occidental, en el sur de España, a las puertas del Atlántico. El recuerdo de su pueblo pastún lo lleva a mirar hacia el alto techo del centro de acogida en el sur de Andalucía, como queriendo trasladarse allí por un momento, para estar rodeado por los suyos. Pero sabe que no puede, la falta de educación en algunos pastunes, como en afganos, me explica, permitió que se dejaran influenciar por las tendencias extremistas y que estallara una guerra por el conflicto territorial y por las fronteras impuestas −aquellas líneas invisibles que para Alí aún son difíciles de comprender−, aunque haya tenido que pasar por más de una decena de pasos limítrofes hasta llegar aquí; lugares que, por otra parte, continúan marcando una clara diferencia con el otro.
De joven, en la comunidad pastún, Alí llegó a trabajar con su familia en actividades agrícolas, aprendió técnicas de sastrería y ejerció también como profesor; Alí era, de forma principal, quien sustentaba económicamente a la familia. La persecución se inició en 2008, cuando grupos militares de Pakistán, lo acusaron a él y a sus hermanos de pertenecer a grupos terroristas talibanes. La guerra estalló y en el camino muchas vidas se perdieron. Alí se detiene en su narración para mostrarme algunas fotografías que guarda en la billetera, sus dos hermanos fueron asesinados, y él fue detenido durante una temporada; así que el último recuerdo que conserva de ellos es una foto de sus rostros ya en el ataúd.
Su esposa, Saira (nombre ficticio para proteger su identidad), también había perdido antes a varios familiares, por lo que el miedo a ser torturados y asesinados los obligó a salir hacia otra ciudad en Pakistán. La confusión sobre los grupos que trataban de intimidarlos es compleja, debido a que, Alí y su esposa, estaban en el centro de un escenario de combate; un lugar donde tanto el ejército, las agencias de inteligencia pakistaní como las fuerzas talibanes se disputaban el favor de los pastunes para participar en sus operaciones.
No obstante, con el nacimiento del Movimiento Pashtun Tahaffuz (PTM) en 2018, Alí creyó ver una luz para defender sus derechos y promover una paz regional para el futuro de sus dos hijos. Pero pronto los participantes en sus asambleas fueron señalados, el líder de aquel partido asesinado, y una nueva persecución ensombreció sus vidas. La antigua casa que habitaban −en dos fotos más que guarda con estima− ya había sido bombardeada. De las columnas y el patio con árboles, que componían la residencia familiar, solo quedan lozas de cemento superpuestas, una sobre la otra. Un amigo local, me dice, cuida del terreno mientras cultiva alguna verdura para sobrevivir. No pueden volver, porque su pasado y propiedades también han sido borradas de un plumazo y la situación es aún inestable.
Durante los años siguientes, junto con toda la familia (primos, tíos y abuelos), la presión continuó y se movilizaron a nuevas ciudades; hasta que en 2021 se vieron acorralados. La única posibilidad era escapar fuera de su país, esta vez hacía Turquía. España para ese momento ni siquiera estaba en sus mentes.
«Todos los grupos armados estaban contra nosotros, la verdad sobre la realidad Pastún solo se conocerá en el futuro», señala Alí con mirada firme. La violación a los derechos humanos y la ausencia de justicia pusieron sus vidas al límite; sin recursos económicos; la posibilidad ofrecer educación para sus hijos; u obtener una documentación vigente para optar a otra salida, los llevó a la última opción, huir fuera de su propia nación.
Pakistán se encuentra ubicado en un nodo estratégico, entre el Asia central sur y oriente, con una larga frontera con India, pero también China, Irán, y al oeste con países de sufijo ‘stán’, como Tayikistán o Afganistán. Por su territorio deben cruzar el gas, el petróleo y otros recursos minerales que demandan millones de hogares en el mundo occidental, pero en la antigüedad también era un punto de transición entre Europa y el oriente asiático, tanto es así que, Alejandro Magno o Marco Polo dejaron registro de su paso por este territorio ancestral y cuna de diversas culturas. Quizás por toda esta mezcla de influencias, los rasgos de Alí se me hagan tan cercanos. La imagen estereotipada de hombres bajo camisas largas de algodón, con mantas de lana marrones y fusiles cruzados al hombro, está lejos de la realidad de millones de pastunes.
El desarrollo de la geopolítica ha tenido una larga influencia en esta zona, desde finales de los años 70, cuando las fuerzas soviéticas invadieron Afganistán en 1979 para apoyar al gobierno comunista. Los muyahidines −grupos rebeldes opositores y extremistas religiosos− recibieron, en su momento, el apoyo de Estados Unidos y otros países, para expulsar a las fuerzas soviéticas en 1989. Parecía normal dentro de la dinámica ideológica en los tiempos de la Guerra Fría. La guerra civil en la que permaneció Afganistán, tras la retirada soviética, llevó al poder a los talibanes, hasta que colisionaron unos aviones contra dos rascacielos de Nueva York en 2001. A partir de ahí Pakistán, como Afganistán, formaron parte del imaginario visual de millones de personas en el mundo, mientras la profundización de las rivalidades políticas, las sangrientas batallas y la culpabilización en la lucha contra los grupos extremistas se extendía de forma silenciosa hasta las calles de occidente.
Todo cambia nuevamente en 2021, después de dos décadas más de enfrentamientos contra los talibanes. La imagen de retirada de las tropas estadounidenses, aún se mantiene fresca. De nuevo, ante millones de pantallas, afganos y pastunes intentaban abandonar el país de todas las formas posibles; incluso bajo el tren de aterrizaje de los aviones militares.
Alí, con una calma envidiable, parece ser muy consciente de todo ello. Las creencias religiosas han sido solo una excusa para incrementar los conflictos y las tensiones en una región, que ha sido fuente de rivalidad entre varias potencias mundiales.
Hoy en día la comunidad étnica pastún, en su diáspora al alrededor de la región, representa aproximadamente el 15% de la población de Pakistán; un país que se ubica en el ranking del quinto más poblado del mundo.
Ahora, Alí y su familia conviven entre dos mundos. La visión tradicional de su cultura pastún y la nueva cultura de acogida en España que, por una parte, intentan comprender, en un proceso para integrar sus creencias y comportamientos con los que ahora ven aquí; en estas tierras andaluzas con un pasado musulmán. Sin embargo, para llegar hasta aquí tuvieron que trasladarse por medio continente, algunas veces a pie, otras en transporte público, pero evitando todos los controles policiales posibles. Ni él, ni su esposa recuerdan con exactitud el número de países por los que transitaron junto con sus hijos y familia, con seguridad más de diez naciones en las que no podían permanecer por un largo periodo de tiempo, ni conseguir la Protección Internacional que necesitaban.
“Dejamos todo lo que teníamos, y solo buscábamos un lugar que nos permitiera vivir en paz, ofrecer educación a nuestros niños y una protección para los ancianos”, explica Alí. En Diaconía España encontraron esa asignación que el Gobierno central autorizó otorgarles, dado que su solicitud de Protección Internacional por motivos étnicos cumplía todos los requisitos. Vivir sin miedo, ni amenazas, comenzó a ser una realidad.
Le pregunto a Alí, qué puede ansiar más de su anterior vida en Pakistán, dentro de todo lo que extraña. Me responde que algunos platos de su comida tradicional, como el Chha Gosht, o el pollo Karahi, una mezcla de carnes y especias que se cuecen lentamente para lograr platos cremosos con curry, pero no muy picantes. Ya es pasado el mediodía y ambos nos deleitamos al pensar en esta mezcla de aderezos que hacen tan suculenta la comida asiática.
Sin embargo, Alí y su familia están en medio del Ramadán, por lo que no probarán bocado hasta la noche, y así por un mes más durante todos los días, sin desayuno o comida, como marca la tradición. Me inquietan otros aspectos de su proceso de adaptación a España, aunque su español ya es muy avanzando, su esposa, hijos y abuelos aún lo están aprendiendo. En casa conservan distintas costumbres, pero al salir saben que todo es diferente. En Pakistán las mujeres suelen ir con el burka, me aclara, esto no era una imposición, sino una tradición que las propias mujeres mantienen. Ahora sabe que esto no es bien visto en España, que cubrirse por completo el rostro está fuera del canon social de comportamiento, dice que lo entiende, y que su mujer ya no lo lleva, y no tiene problema con eso. Reconoce que se encuentra en otra sociedad, una que le ha ofrecido ayuda y que permite que, ahora, bajo el apoyo de especialistas en psicología, trabajadores sociales y abogados de la entidad social sin ánimo de lucro, Diaconía España, permita que sus dos hijos avancen en los estudios y ellos, como padres, puedan aprender una nueva forma de ganarse la vida.
– Quisiera dedicarme a la sastrería, confeccionar ropa para venderla, y hacer pantalones, pero me han dicho que es bastante complicado aquí. China los trae a precios muy bajos y no hay como competir con un trabajo artesanal como el que yo haría, quizás más adelante – señala Alí con ilusión.
Su familia sigue creciendo, a sus dos hijos se ha sumado una nueva integrante, Alicha una niña de cuarenta días, que ha nacido en España y que ahora es parte de esta familia refugiada en la Comunidad de Andalucía.
Por ahora, Alí continúa en su proceso de inclusión social, donde refuerza nuevas habilidades sociales y profesionales para el futuro. En su mano veo un anillo giratorio, que mueve de vez en cuando con gesto plácido. Pienso que será un recuerdo tradicional de su cultura, pero me dice que no, que no se trata de ningún recuerdo de su tierra; pocas cosas pudo traer en sus manos y espalda. Simplemente es un anillo de un mercado local, le gustó la forma y el tallado, y ahora lo lleva como parte de su indumentaria, tan diversa y tradicional, como las personas que vemos cruzar por la calle, frente al balcón a ras de suelo en su nuevo hogar de acogida.
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