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Mi vida secreta como sugarbaby título

El bar estaba a tope, quizás porque era uno de los lugares de moda del momento. Días antes lo había comentado con una compañera de carrera que me animó a hacerlo. Era la primera vez que escuchaba el término sugarbaby.

Cuando entré ahí estaba él esperándome en la barra bebiendo un Gin-tonic. Pensé que tendría unos 20 años más que yo. Ese fue mi primer pensamiento, no sabía lo que me esperaba.

Era una oportunidad de oro para tener algo de dinero fácil para mis gastos, y por qué no, para darme algún capricho. Por eso me apetecía estar a la altura, no quería hacer el ridículo.

La verdad es que el tío no estaba nada mal, con su estilo ejecutivo desenfadado y buen rollo. Así que poco a poco, se me fueron quitando los nervios.

Fue mi compañera de clase la que me dijo que probase, total, “no tenía nada que perder”. Esa misma tarde me descargué la app y en cuestión de horas estaba entablando conversaciones con hombres que parecían tener un alto nivel de vida. Algo que ni en sueños hubiese podido alcanzar.

Yo no era una prostituta y tampoco tenía intención de serlo. Simplemente quería tener algún ingreso extra a través de estos servicios de compañía y amistad donde hombres adinerados, como él, solicitan encuentros, quizás algo de cercanía, pero siempre acordado entre ambas partes.

Historia de Marta sugarbaby

Después de la primera cita, fui teniendo más confianza en mí misma. De los nervios iniciales pasé a comportarme como una más dentro de su grupo de amigos y amigas. Miguel siempre me tranquilizó y me explicó que era una situación normal, además, sería beneficiosa para ambos. Yo podría pagar mis gastos sin problemas, él podría contar con una buena compañía y en el camino veríamos si nos interesaba algo más… Sus propuestas de fiestas y restaurantes se fueron ampliando a viajes y lugares a los que jamás imaginé ir. Todo iba de maravilla y en el fondo me apetecía estar más tiempo con él. Mi vida comenzaba a ser como la de esas influencers a las que seguía en Instagram.


El acuerdo era muy simple, yo le acompañaba a sus eventos, me mantenía a su altura y podíamos divertirnos juntos. Por su parte, él me pagaba el precio por las horas pactadas y si necesitaba más de mí me lo haría saber. Al principio todo fue claro, solo si ambos queríamos, mantendríamos relaciones sexuales. Nuestras siguientes citas fueron más largas y pasábamos más tiempo juntos en los viajes de fin semana. Miguel siempre pagaba todo y me regalaba cualquier cosa que se me antojase. Cada vez era más generoso conmigo, pero sus exigencias también fueron aumentando: quería más encuentros y luego, por supuesto, vino el sexo. Sin darme cuenta era ya su “sugarbaby”.

El dinero fue la trampa perfecta

No tuve opción y no porque él me forzase a nada, sino porque me pagaba mucho más de lo que habíamos acordado. Además, ahora comenzaba a gustarme él y su estilo de vida.

De repente, un día cualquiera, me encuentro con una transferencia de más de 3.000 euros en mi cuenta. Me comentó que era para todas mis deudas y que no me preocupara más. Con todo este dinero tuve de sobra, hasta me fui de compras e invité a mis amigas a cenar. Ellas flipaban con mi nuevo nivel de vida. Obviamente, ellas querían hacerlo también. Les dije que todo era cuestión de contactos y que me había cambiado la suerte. Al final las terminé involucrando…

Mientras tanto, Miguel cada vez quería más de mí. Me decía cómo tenía que ir vestida, cómo debía comportarme en los eventos o de qué tenía que hablar… Y, casi sin darme cuenta, empecé a ceder a sus exigencias sexuales.

Comencé a sentir que ya no era yo. Me sentía coaccionada y abusada sexualmente, tenía que complacerle en todo lo que él me pidiera. ¿Era el dinero la respuesta a todo esto? No del todo. En parte estaba enamorada y, en el fondo, me autoconvencía para creer que solo estaba teniendo una experiencia más, pero con un hombre más mayor. Además, esto me llevaría a donde yo merecía estar.

Los amigos de Miguel querían conocer a más chicas de mi edad, por lo que me sentí presionada y animé a mis amigas a participar. Varias de ellas, con el tiempo, empezaron a quedar con otros hombres.

Una noche, tras una larga cena con sus amigos, Miguel volvió a intentar acostarse conmigo, sin importarle que yo no quisiera. Esa noche empecé a ver cosas extrañas y encontré mensajes muy sospechosos con sus colegas. Finalmente, no sé cómo, logré escapar de esa habitación y, temblándome todo el cuerpo, conseguí llamar a una amiga y entre lágrimas descubrí que ambas estábamos sintiendo lo mismo. La pasta y los caprichos eran importantes, pero no lo eran todo…

Después de esto Miguel me amenazó con quitarme el dinero, aseguró que haría de mi vida un infierno, y que la deuda ahora era con él. Había caído en una trampa. Estas aplicaciones me habían vendido una idea fácil de independencia económica; sin entender, en realidad, qué era lo que se escondía detrás de las palabras ‘sugarbaby’ o ‘sugardaddy’.

 

*Historia inspirada en:

 

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